Irina Ruiz Figueroa es productora y cineasta panameña que ayudó a construir el sueño llamado Bolivia Lab hace 15 años. “A pulso y a ovario” — como destaca — logró junto a Viviana Saavedra y otros colegas encaminar esta familia y red colaborativa que logró alianzas cinematográficas en Iberoamérica. La gestora conmovida por los recuerdos mencionó que diseñó el primer catálogo del evento y el logo característico del matraz Erlenmeyer rodeado por una tira de celuloide.
Para Ruiz la memoria impresa es invaluable al igual que el concepto de comunidad que se ha materializado en cada versión de Bolivia Lab con la integración de proyectos nacionales e internacionales, con el intercambio de perspectivas y sobre todo con el asesoramiento de largometrajes en desarrollo que han alcanzado éxito en festivales extranjeros.
Eres una de las primeras colaboradoras de Bolivia Lab, ¿cómo nace este proyecto?
Hace 15 años nace la iniciativa de crear un espacio en La Paz para proyectos con altura, ese fue el lema del primer Bolivia Lab. Se soñó, en ese momento, con integrar a todos los proyectos en desarrollo de Latinoamérica/ Iberoamérica que estuviesen con necesidades de concretar coproducciones regionales reales y más allá de la amistad en las industrias nacientes de nuestros territorios.
El primer Bolivia Lab dio paso a dos semanas de proyectos nacionales bolivianos y una segunda semana de proyectos iberoamericanos. Todavía no se contaba con el apoyo de Ibermedia y se hizo a puro pulmón, a puro ovario. Viviana Saavedra y el equipo de ese entonces lo saben muy bien, fue una proeza. No había un gran presupuesto, pero sí había empuje y voluntad de aliados y de personas que tenían esa visión que hoy cumple 15 años.
¿Qué factores crees que contribuyeron para que este sueño perdure por 15 años?
Luego de 15 años entendemos al Bolivia Lab como una gran red iberoamericana de técnicos y profesionales que hacen coproducciones entre sí y que ha permitido darle sostenibilidad en la docencia, el área organizativa, administrativa y la parte familiar. Más allá de estos factores económicos que sí son muy importantes para que todo proyecto sea sostenible en el tiempo.
No podemos hablar de un proyecto de 15 años sin mencionar que hay una estrategia de familia, de comunidad que va más allá de las fronteras bolivianas.
En mi caso, desde Panamá en Centroamérica siempre hemos tratado de abrazar todos los proyectos sudamericanos y viceversa ya que a través del Acampadoc tenemos una alianza recíproca que año a año beneficia el intercambio de proyectos, de docentes y de especialistas que hacen crecer y hacen fuerte a estos proyectos.
Al mismo tiempo son 15 años como asesora de proyectos, ¿qué evaluación podrías hacer a lo largo de estos años y qué valores destacas?
Buscar la profesionalización de proyectos en desarrollo que provienen de distintas circunstancias, por ejemplo, territorios que no cuentan con cinematografía aún muy asentada, sin legislaciones, donde no hay ni ministerio de culturas o autoridades que sienten la necesidad de ser parte del Programa Ibermedia. Todas estas diversidades van a hacer que los proyectos que lleguen al Bolivia Lab encuentren en el compañero/a de al lado un partner para hacer proyectos en conjunto y para hacer factible lo que traen en sus carpetas.
Cuando asesoramos las carpetas que son ese sueño de película que a veces no trae un concepto gráfico y una identidad, sabemos que esa persona está en búsqueda de algo y quiere hacer esa película y le vamos ayudando desde las distintas especialidades para que encuentre esa ventana a mercados internacionales.
La asesoría es una parte fundamental del Bolivia Lab y todas las especialidades que se han visto a través de los años, al punto que Bolivia Lab ha crecido a mirar proyectos de animación, videoclips, experimentales, toda la parte del transmedia que se ha incorporado hace poco. Nos vamos nutriendo mutuamente y esperamos hacer muchos Bolivia Lab más.
Me contaron que diseñaste el primer afiche del Bolivia Lab, si haces un retroceso, ¿qué te genera recordar ese primer arte y ver el actual?
Como productora de cine he buscado como segunda tarea mostrar visualmente y gráficamente las ideas que tenemos y tienen los directores. Comencé a diseñar de forma muy innata. No diría que hice el primer logo, pero sí el logo actual que está mucho mejor del matraz Erlenmeyer con la cinta de película. Inicialmente fue un diseño de mi parte y el primer catálogo también fue un diseño mío. Pero nunca buscaba que se acordaran realmente.
Fue hecho por ese empuje de anhelar un catálogo y posicionarnos desde Bolivia ante el mundo para que se entendiera que desde aquí podíamos gestionar y potenciar proyectos de cine. Siempre la memoria impresa es clave para todo proyecto y me honra ser parte de esa historia.
Cuando hablamos de formación cinematográfica en Latinoamérica, tomando en cuenta la accesibilidad y la institucionalidad, ¿cuál es el rol que juegan estos laboratorios de cine?
Nos hemos dado cuenta que a pesar de los cambiantes gobiernos o sistemas políticos que tengan nuestros países ambos proyectos Boliva Lab o Acampadoc trascienden gobiernos y eso es lo que falta en nuestro territorios: políticas de Estado que vayan más allá del momento.
Ese concepto y coherencia en cuanto a la búsqueda de una nueva cinematografía, de nuevos esquemas se mantienen en estos espacios de manera muy firme y se ha cohesionado porque Bolivia Lab tiene alianzas en Europa, Sudamérica muy fuerte.
Hablando del Acampadoc, ¿qué motivación existe para promover el rescate de los patrimonios?
Entendimos, los primeros años de Bolivia Lab, que era importante tener un puntal en Centroamérica que no existía y que todavía en el ámbito del documental específicamente no se ha terminado de cubrir en todos los países centroamericanos.
Para nosotros movernos en carretera hacia México es muy fácil, por lo que situamos un proyecto que fuera al rescate de los patrimonios culturales y naturales, en el ámbito material e inmaterial que nos hizo entender a las comunidades y que estas requerían un rescate que no se está visibilizando en el cine de largometraje.
Entonces, en el formato de corto estos ejercicios que se crean en Acampadoc van de cierta forma potenciando lo que queremos ver en otras pantallas y resguardar para futuras generaciones. Esta transmisión de conocimiento de una generación a otra no sería posible si no estuviera el patrimonio audiovisual, patrimonio fílmico o la memoria audiovisual y somos voceros a través del Acampadoc de todos los becarios que reciben herramientas útiles y que puedan replicar estos mismos esquemas en sus países con pocos recursos.
En el marco del Acampadoc, ¿hubo algún proyecto que logró un impacto inesperado?
Si retrotraemos a cuando comenzamos, creo que tanto Bolivia Lab como Acampadoc han sido espacios anfitriones de grandes historias. Podemos mencionar casos de éxitos innumerables que son los que nos llenan y nos dan esa vocación formativa para seguir planificando la próxima década como espacios formativos que puedan consolidar esa memoria histórica en nuestro continente.
Son contados los largometrajes que han sido premiados en festivales internacionales y que han salido de nuestros espacios. En el caso de Acampadoc, está El silencio del topo de Anaís Taracena de Guatemala, El ritual del alcaucil de Ximena Gonzáles de Argentina, Objetos rebeldes de Carolina Arias de Costa Rica. Y si vemos son directoras que quizás no hubieran tenido la oportunidad de generar un proyecto desde sus facultades o desde su vocación en su país hasta que se les diera este empuje en estos laboratorios. También hemos generado más cineastas mujeres, eso es sumamente importante.
En tus años de trabajo y experiencia en producción, ¿identificas alguna barrera y obstáculos para hacer cine?
Nos cuesta el doble. Es difícil, muchas veces, encontrar ese espacio en el ámbito laboral, que nos conozcan como directoras y productoras, que nos valoren y seamos retribuidas económicamente de la misma manera en paridad con los varones. Es algo que todavía se está peleando y son espacios que se han ido ganando a mucho pulso, a mucho ovario. Pero estamos más de una década generando estas nuevas alternativas, trabajos y profesiones para mujeres guionistas, fotógrafas, sonidistas que acuden a nuestros espacios porque dentro del ámbito laboral no se les permite ser directoras y como técnicas acuden con sus proyectos porque desean dirigir
Es preciso mencionar que también damos esa oportunidad de dar cabida a esa cuota de técnicos y técnicas mujeres para que puedan dirigir.
Si tuvieras que definir a Bolivia Lab con una palabra o frase, ¿cuál sería?
Familia, indudablemente.
Más sobre la entrevistada
Irina Ruiz (Panamá). Ingeniera Electrónica graduada en la Universidad de Panamá. Documentalista y Productora egresada de la EICTV, Cuba. Desarrolla la docencia de cine nacional e internacionalmente enfocada en la realización comunitaria de documentales. Desde 2012 dirige ACAMPADOC, principal festival en Centroamérica y el Caribe especializado en la formación, realización y fomento del documental al rescate de los patrimonios. Su organización ha sido acreditada por UNESCO como asesora del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. Preserva y promueve un archivo de +160 documentales creados por los estudiantes de la Escuela ACAMPADOC y +420 obras que han participado en dicho festival.
Escrito por Karem Mendoza G.